Navidad en mi casa siempre ha sido una de mis fechas favoritas, ahora mis razones ya son muy diferentes pero antes, al ser una
niña pequeña lo que más nos emocionaba eran tres cosas: ir a Monclova, Coahuila
a ver la nieve (nunca nevó); nuestra lista de regalos a Santa Claus y la cuenta
regresiva del 1ro de Diciembre al 24, en donde nos daban un chocolatito o dulcecito
por cada obra buena que hiciéramos en el día. Mi hermanita y yo nos pasábamos
todo el día en la tele para ver los comerciales de los juguetes más padres de
la temporada; nuestras listas llegaban a ser de unos 30 juguetes (y agrégale los
de pilón como “la paz mundial” y esos
para que Santa viera que éramos buenas jaja). Nuestras cartas de Navidad podían
ser de hojas y hojas, al derecho y al revés; no significaba que nos traerían
talvez ni uno de los de la lista jaja pero pues hacíamos el intento “pa’ darle
opción a Santa”.
Recuerdo una Navidad muy en especial, muy grabada en mi corazón. Esa
Navidad en la que ya estaba por entrar a la tormentosa pubertad y más lejos de
ser sólo una niña; como cada año escribí mi carta junto con mi hermana, tal vez
ya no fueron 30 cosas; nos hicimos más consientes con los añitos.
Ese año puse la carta incompleta en el árbol y un día o dos antes de
Navidad la completé para no arriesgarme a que alguien más que no fuera Santa la
leyera pues me avergonzaba lo que estaba por poner; completé EL
último punto de la lista, lo escribí con toda mi esperanza y un anhelo
desesperado.
Después de los festejos navideños, llegué a casa a dormir, ansiosa por
el amanecer; me obligué a dormir para que pasara rápido y SE CUMPLIERA AL FIN…
25 de Diciembre, 6:00 AM, me despierto, abro los ojos con el estómago
revuelto de emoción, alzo mis sábanas, observo y ¡Oh! ¡Decepción! “Ser flaca” no se cumplió; Seguía gordita, aún tenía
pancita, seguían mis piernas anchitas. ¡¡NOOOO!! No funcionó; ni modos. Tendré que aprender a vivir con ello. Me
levanté y fui a ver si por lo menos
los otros 29 de la lista sí se habían cumplido jeje.
Sinceramente es una historia que tenía súper empolvada y que es difícil
de compartir pero si sigue en mi memoria, sé que Dios puede hacer maravillas y
convertir en bendición cada situación y proceso
que vivimos.
Creo que esta batalla es más real
y más normal de lo que queremos
aceptar; cada día se vive más cruda y de forma más “violenta”. Pero creo que
muchos hemos batallado con la comparación o inseguridades, ya sea por tu voz,
si tu piel es muy blanca o muy morena, si estás flaco o gordo, si tienes cicatrices,
lunares, por tus ojos, tus pecas, tu sonrisa, tus orejas, yo no sé. Y sé que
todos son cosas físicas y que “lo físico
no importa, lo que importa está en el interior” SÍ; pero ¿sabes?, es horrible escuchar eso cuando existe una
batalla real diaria en tu mente,
cuando estás inconforme con lo que
ves, que claro, no debe definir lo que eres, pero en el día a día sí termina
determinando cómo te comportas, lo que dices, lo que haces o no haces.
La historia estaría bien chida si les platicara que lo superé en la
adolescencia o mínimo después de prepa y que ya todo bien; pero la verdad es
que no, esta batalla con mi cuerpo ha sido una batalla de todos los años, de
cada mes y cada día. Y sinceramente estos últimos meses habían sido una batalla
campal en mí; quiero explicarme bien, me amo, me gusta quién soy y cómo soy, sé
que Dios me ama y los planes que tiene conmigo, pero al final del día uno llega
a la misma báscula que dice que todo
eso que Dios piensa de mí no aplica ni
para mi peso, ni mi dominio propio, ni mi salud.
¿Qué serán? ¿Ocho o nueve años de edad? ¿Será que desde ese entonces empezamos a querer saltarnos procesos? ¡Qué fácil hubiera sido! ¿Qué hubiera aprendido? Sería como una dieta milagrosa que nos llevaría directo al rebote. Claro que creo que Dios hace milagros, pero también creo que la bendición que hay DENTRO DEL PROCESO. Y si ese “milagrito” no ha sucedido hasta el día de hoy estoy convencida que Dios tiene un plan para forjar nuestro carácter, para enseñarnos a tomar decisiones, para saber administrar lo que él nos ha dado (en este caso, nuestro cuerpo), para ser agradecidos también y multiplicar lo que tenemos para Él.
No es que a Dios no le importe nuestra batalla, definitivamente no es
eso; necesitamos aprender qué cosas no podemos cambiar y qué cosas son
transformables, qué cosas están en nuestras manos; aprender a identificar en
qué cosas Dios nos ha dado las herramientas para el proceso.
-No puedo cambiar que a Joel le gusten las motos; sí puedo cambiar que
use protecciones, horarios en los que la usa y sugerir rutas seguras para
manejar; eso sí es negociable.
-No puedo cambiar que en mis genes engordo casi casi por comer aire, lo
que sí puedo cambiar es mi manera de ejercitarme, alimentarme y amarme.
-No puedo cambiar las cicatrices/manchas/estrías llámale como quieras;
si puedo cambiar el cuidado que le doy y cómo evitar tener más.
Podrán ser ejemplos tontos, ponle el nombre que quieras, ponle el nombre de tu batalla y entrégale a Dios eso que pensaste no podrías cambiar y que Él de muestre aquello que es negociable, aquello a lo que te has rendido. Sí, yo sé que hasta tú mismo te has cansado ya de lo mismo, de intentar e intentar, de frustrarte cada cierto tiempo por LO MISMO; por cada año ser el mismo objetivo no cumplido. Aun así estoy segura que aún en nuestra debilidad si se lo entregas a Dios, Él te dará la fortaleza y sabiduría para un cambio en lo que es transformable.
¿Qué área de tu vida no estás invitando a Jesús a gobernar?, ¿En qué
situaciones de tu vida le estás diciendo sin querer queriendo “Aquí ni le
muevas, que no hay manera”?, ¿A qué heridas ya les diste el poder de dominarte
y definirte? Creo que nuestro peor error es decirle a Dios “no te metas”, y a
veces lo hacemos sin saberlo, sin ser consientes; ¿Por qué cosas has dejado de
orar? O ¿Qué cosas ya “aceptaste” en tu corazón que no pueden ser cambiadas
(como si ni él pudiera hacerlo)?
Hace unos domingos, mientras oraba ¡UUFFF!
Dios abrió mi corazón y como buen Doctor movió cada cosa a su lugar, borró
mentiras, acomodó ideas y me animó a recordar Su cruz, a recordar la MÁS GRANDE BATALLA, la batalla que Él
pasó por nosotros, para que nosotros fuéramos libres de lo que nos esclaviza y llenos de Él, de su amor.
Ese domingo decidí entregarle a Dios lo que yo llamaba “mi batalla”, decidí recordar la cruz y recordar que SU VICTORIA ME DIO VICTORIA. Que si algo iba a tener poder sobre mí, sería Él y nada, ni nadie más. Necesitamos creerle a Jesús; que Él ya ganó nuestra batalla, hasta esta batalla con la comida, con tu físico porque por más “tonto” o “humano” que pueda ser, a Jesús le importa y tiene cuidado de ti.
Literalmente salí diferente de la Iglesia, hasta sentí que caminaba diferente, porque salí sabiendo que Jesús va delante de mí; que Él cuida mis pasos, pelea mis batallas y ya las ganó. Que no soy esclava de mi boca y que puedo decir no, que puedo comer pero que también Él me ha dado dominio propio para medirme; que Él es mi fortaleza aún en la debilidad; pero sobre todo, que Él está conmigo en mi proceso, que si tengo un día malo, Él será el que me levante y el que me anime a regresar al camino.
En el proceso:
-Puedes comer de todo, pero poquito. En Jesús tienes dominio propio, usa
esta herramienta.
-Te veas como te veas, HAZ ALGO por sentirte bonita; sé que mucho de tu
closet no te queda, pero agarra esa una cosa y arréglate, píntate, ponte
aretitos, lo que sea! Créeme, te va a levantar el ánimo.
-Decide hacer algo; si lo que necesitas es hacer ejercicio, encuentra el
tiempo, aunque tengas que bailar zumba sola en tu cuarto. Si lo que necesitas
es cuidar tu piel, encuentra el tiempo; desmaquíllate, ponte cremita,
consiéntete, verás que poco a poco haces las paces contigo misma.
-Ponle un alto a tu mente; deja de compararte. Tú tienes tu proceso,
vívelo.
-Encuentra amigas que te animen; los comentarios tóxicos están demás;
encuentra amigas que te acompañen en tu proceso. Si están viviendo lo mismo, es
para animarse a cuidarse y comer bien, no para llorar y comer porquerías juntas
jeje.
-Haz un deporte/ejercicio que te anime, baila, corre, nada, bicicleta;
al principio sentirás que te quita toda la energía, pero luego le agarras el
gusto y sentirás que el ejercicio es lo que te da energía.
-Invierte en tiempo en ti; ¿te anima pintar?, ¿te anima escribir, leer o
cantar? ¡Date el tiempo de recargarte!
-Sé agradecida. No sé cuál sea tu situación pero enfocarte en lo que SÍ tienes, lo que SÍ eres y lo que SÍ has logrado te va a levantar.
-Si tú estás junto a alguien que está batallando con esto; no le juzgues, construye con tus palabras, declara sobre VIDA y ÁNIMO, pero sobre todo, ora por ellos.
-Si tú sabes de alguien que está en un proceso, el que sea, sé parte, nota los pequeños avances, las pequeñas decisiones; el día más difícil de esa persona puede cambiar gracias a que notaste su esfuerzo.
-Si tú batallas con algún tipo de desorden alimenticio, esto aplica también para ti. Abraza la promesa de victoria para ti. No es “tu bulimia”, no es “tu anorexia”, eso ya no te define más, con Cristo eres vencedor sobre todo eso.
-Es fácil encontrar culpables: “es que como así por mi esposo”, “es que el trabajo”, “mis papás me traumaron”; no veremos cambio en nuestra situación si no decidimos tomar lo que tenemos en nuestras manos, lo que de nosotros depende para cambiarlo de la mano con Jesús.
–Lo más importante: invita a
Jesús a tu vida, que Él es el que te va llenar de lo que necesitas. Habrá días
más difíciles que otros, pero en Él encontrarás lo que necesitas.
Si mi niña interna de 8 años tuviera que cerrar este post terminaría diciendo “Le declaro la guerra a mi peor enemigo QUE YA NO ES: LA COMIDA” y me iría corriendo a jugar libre sabiendo quienes mi respaldo y que en Cristo tengo todo lo que necesito.